martes, 6 de abril de 2010

2010 y las propuestas que vienen: cómo nos responden y cómo nos reflejan

Hoy por la mañana Patricia Rodríguez Calva comentó la opinión de Marcelo Ebrard sobre las alianzas electorales en 2010; Ebrard asegura que la perspectiva de las alianzas volverá “interesantes y competitivos” los comicios que este año renuevan gubernaturas en 11 estados. Con la polémica posibilidad de que el PRD vaya al lado del PAN en algunas candidaturas, hecho que los izquierdistas más abiertos están dispuestos a aceptar y del que los conservadores blanquiazules se saben necesitados en su intento de recuperar el apoyo perdido en dos administraciones desacreditadas, Patricia nos dice que para que las propuestas sean en efecto competitivas y merezcan la consideración ciudadana, hay que fijarse en cuánto prometen los políticos, y en cuánto cumplen de lo que ofrecen. A raíz de esta afirmación tuve tiempo de hacer algunas reflexiones que anoto en este artículo.
En la práctica los mexicanos no tenemos ningún tipo de cultura sobre la rendición de cuentas, y sin tapujos debemos decir que es casi enteramente culpa nuestra y no de los políticos; entre nosotros, ciudadanos de a pie y en la acera, hasta los más elocuentes en nuestras proclamas de transparencia y honestidad nos hemos visto movidos a mover palancas con algún conocido, amigo o pariente cuando no queremos ir al corralón o pagar una infracción de tránsito, cuando queremos “agilizar” un trámite escolar o vernos favorecidos con una prebenda laboral, y aquí caben otros ejemplos que el lector desee agregar. Esto por decir lo menos, habrá que añadir a los conciudadanos menos ejemplares que abiertamente participan de la corrupción y el tráfico de influencias. Con tan cuestionable manera de vivir es difícil que de verdad aceptemos un régimen social de transparencia y legalidad; ¿no se indignaría el lector si después de haber exigido aplicación estricta de la ley, terminara yendo a la cárcel por la “tontería” de descargar o usar software pirata? Pues en esos simples detalles empieza todo nuestro problema; no hablamos sólo del hecho, hablamos de la actitud.
Desde hace tiempo me estoy preguntando por un medio efectivo de darle transparencia a nuestro Congreso, que tiene la atribución de citar a comparecer a todo el mundo pero cuyos miembros no dan explicaciones más que, por desgracia, a sus dirigentes de partido. Recientemente el tema de la reelección nos ofrece una alternativa para incentivar a los legisladores a fortalecer la comunicación que ejercen con sus representados, mediante el cumplimiento y la entrega de resultados; en otros países este mecanismo se aplica con amplia aceptación, y en mi opinión un cambio de este tipo en el sistema electoral mexicano podría ser bueno para abrir canales de diálogo, pero dudo que sea suficiente con que los candidatos presenten un paquete de propuestas fenomenales y utópicas a los electores. De lo que se trata es que estas opciones respondan realmente a las necesidades y demandas que la sociedad tiene para la administración pública, ya que sólo de este modo serían interesantes y competitivas, para usar la expresión de Marcelo Ebrard.
Para que los gobernantes sepan responder a la demanda popular es necesario que existan los canales de enlace, pero sobre todo se requiere que la ciudadanía tome un papel activo en la exigencia de sus necesidades y en la rendición de cuentas de los políticos, ya que sin este rol cívico estaríamos pidiendo que pavimenten la calle con la intención de nunca sacar el coche.
¿Y cómo va la sociedad a empoderarse para alzar su voz y demandar atención y resultados del gobierno? Justamente, ejerciendo su propio poder ciudadano mediante las instituciones como el voto; también fomentando la participación pública a través de las Ong, denunciando los actos de corrupción y no participando de ellos; y enmendando su propia plana, ya que los pequeños actos y las palabras de apatía y negligencia que realizamos a diario (hasta pasarse el semáforo y darle pa’l refresco al agente de tránsito) reafirman nuestra doble moral de exigir rectitud pública y ejercer la ilegalidad privada. Está de pensarse; mientras nos debatimos en si los partidos y los vecinos nos dan desconfianza, subproductos de la descomposición social como el ya muy poderoso crimen organizado se enseñorean de nuestros espacios públicos y nos restan demasiado margen para vivir. Pero nadie ha dicho que la democracia y la libertad sean gratuitas.

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