Recuerdo que en las jornadas electorales de los últimos 4 años, la tendencia del electorado parecía ser la de revisar los mayores fallos de la administración saliente y votar por el candidato que, aunque fuese retóricamente, ofreciera un cambio de rumbo y pudiera ponerlo en palabras más o menos coherentes; en el actual proceso de 2009, es grotescamente evidente que ninguno (de verdad ninguno) de los partidos tiene proyecto de gobierno, que sus bases ideológicas están más debilitadas y en letra muerta que nunca, y que no cuentan con militantes preparados profesional y mentalmente para ejercer un cargo público. Ya ni siquiera tienen políticos de carrera o prospectos jóvenes con habilidad de negociación, puesto que todos han dado entrada en sus filas a oportunistas, revoltosos, iletrados y amorales, permitiendo así que grupos de poder y organizaciones criminales los infiltren y los usen a favor de sus intereses.
Hace varios días escuché una afirmación de un hombre tristemente ignorante, y tristemente en una posición de poder público, que dijo: “Me queda claro que esta campaña del voto nulo no puede ser una iniciativa ciudadana”. El hecho de que integrantes activos de partidos y funcionarios como él opinen de esta forma remarca cuan ajeno al interés público se ha vuelto el ejercicio de la política, ocupada sólo en amarrar compadrazgos entre círculos de poder y en tratar de aplastar a la oposición con la fuerza de sus mafias. Es también, junto con todo el cuadro político vigente en México, muestra de lo que sucede cuando la sociedad permanece apática de sus derechos ciudadanos, sin protestar contra el abuso de poder, la imposición de gobernantes y la falta de compromiso con el bien común: los cargos de elección popular acaban siendo capturados por individuos ineptos, corruptos, vulgares, y aún por auténticos delincuentes o por sus representantes. Esta situación revela la necesidad que tenemos los ciudadanos de afinar nuestros mecanismos de protesta legítima.
He decidido anular mi voto cruzando todos los recuadros, y escribir mi protesta sobre él por la pobrísima calidad de opciones políticas; ante las opiniones de “analistas” que se empeñan en ver mano negra detrás de los partidarios del voto nulo, así como de los ignorantes representantes partidistas que ven en el mismo un ataque a las instituciones, defiendo enérgicamente el derecho de todos los mexicanos a protestar a través de la boleta electoral por el denigrante espectáculo que la partidocracia ha armado a expensas de la democracia, del erario y de la libertad de los electores. Quienes asistiremos a anular nuestro voto – lo cual es bien distinto a la apatía del abstencionismo – deseamos una transformación radical en la forma como se conducen los actores políticos y en su percepción de la sociedad, y nadie nos puede acusar de atentar contra la democracia porque ha sido la misma clase política quien se ha encargado de caricaturizar a las instituciones a base de arreglos oscuros para alcanzar el poder. Mucho antes de que se conociera la campaña del Voto Nulo por Internet yo decidí optar por esta vía y conocí a mucha gente que igualmente lo había hecho ya, y si los dirigentes no pueden entender que existan iniciativas verdaderamente ciudadanas, más aún merecen la deslegitimación que implica la nulidad; no se puede tolerar la presencia de incapaces mentales como éstos en la vida política nacional.
Del lado de las críticas serias, entiendo plenamente que la anulación masiva del voto beneficia a los sufragios duros, hablando en términos de validez – pero de ninguna forma que beneficie a un solo partido, como también opinaba el funcionario que he citado al inicio de este post –; comprendo el peligro que esto conlleva, de fortalecer los cacicazgos regionales y quizá dar pie a un resurgimiento del autoritarismo. Pero repongo que seguir por la enfadosa línea de votar por el “menos malo” o tratar de hacer “voto de castigo” como si no tuviésemos opción, es un peligro mayor en tanto nos mantiene como agentes pasivos sin voluntad de expresar el sentir real de la mayoría y sin capacidad de proponer nuevas formas de expresión; el elevado porcentaje de nulidad que se prevé arroje la jornada del 5 de julio ya pesa en todas las conciencias de partido, y en mi posición de ciudadano veo en este voto nulo la oportunidad de manifestarle a la oligarquía política mexicana el grado de descomposición en el que se encuentra, y que al haberse permitido insultar a sus representados postulando figuras inverosímiles, corruptas y poco inteligentes no ha hecho más que apuntalar el repudio, el asco popular. Que la tolerancia de la sociedad tiene un límite y también puede hacer valer su sufragio de forma legal y enérgica. Y que a la cúpula de partidos le es urgente una renovación profunda de sus objetivos, de su espíritu, de su relación con el interés nacional.
Cuando era un adolescente, me gustaba decirles a mis amigos que este país se nos iba a quedar a nosotros y que por eso era importante llegar preparados a ese momento. Hoy, mirando en retrospectiva cuando tengo la fortuna de volver a saludarlos, pienso que este es nuestro momento; los adultos jóvenes representamos una generación dinámica, progresista y con ímpetu de renovación constante. El voto reflexionado y congruente (aquí también se incluye el voto nulo), la opinión informada, el debate civilizado, la participación, son todos instrumentos con que contamos hoy para fomentar un cambio de ideas, de sistemas y de administración pública.
Hace varios días escuché una afirmación de un hombre tristemente ignorante, y tristemente en una posición de poder público, que dijo: “Me queda claro que esta campaña del voto nulo no puede ser una iniciativa ciudadana”. El hecho de que integrantes activos de partidos y funcionarios como él opinen de esta forma remarca cuan ajeno al interés público se ha vuelto el ejercicio de la política, ocupada sólo en amarrar compadrazgos entre círculos de poder y en tratar de aplastar a la oposición con la fuerza de sus mafias. Es también, junto con todo el cuadro político vigente en México, muestra de lo que sucede cuando la sociedad permanece apática de sus derechos ciudadanos, sin protestar contra el abuso de poder, la imposición de gobernantes y la falta de compromiso con el bien común: los cargos de elección popular acaban siendo capturados por individuos ineptos, corruptos, vulgares, y aún por auténticos delincuentes o por sus representantes. Esta situación revela la necesidad que tenemos los ciudadanos de afinar nuestros mecanismos de protesta legítima.
He decidido anular mi voto cruzando todos los recuadros, y escribir mi protesta sobre él por la pobrísima calidad de opciones políticas; ante las opiniones de “analistas” que se empeñan en ver mano negra detrás de los partidarios del voto nulo, así como de los ignorantes representantes partidistas que ven en el mismo un ataque a las instituciones, defiendo enérgicamente el derecho de todos los mexicanos a protestar a través de la boleta electoral por el denigrante espectáculo que la partidocracia ha armado a expensas de la democracia, del erario y de la libertad de los electores. Quienes asistiremos a anular nuestro voto – lo cual es bien distinto a la apatía del abstencionismo – deseamos una transformación radical en la forma como se conducen los actores políticos y en su percepción de la sociedad, y nadie nos puede acusar de atentar contra la democracia porque ha sido la misma clase política quien se ha encargado de caricaturizar a las instituciones a base de arreglos oscuros para alcanzar el poder. Mucho antes de que se conociera la campaña del Voto Nulo por Internet yo decidí optar por esta vía y conocí a mucha gente que igualmente lo había hecho ya, y si los dirigentes no pueden entender que existan iniciativas verdaderamente ciudadanas, más aún merecen la deslegitimación que implica la nulidad; no se puede tolerar la presencia de incapaces mentales como éstos en la vida política nacional.
Del lado de las críticas serias, entiendo plenamente que la anulación masiva del voto beneficia a los sufragios duros, hablando en términos de validez – pero de ninguna forma que beneficie a un solo partido, como también opinaba el funcionario que he citado al inicio de este post –; comprendo el peligro que esto conlleva, de fortalecer los cacicazgos regionales y quizá dar pie a un resurgimiento del autoritarismo. Pero repongo que seguir por la enfadosa línea de votar por el “menos malo” o tratar de hacer “voto de castigo” como si no tuviésemos opción, es un peligro mayor en tanto nos mantiene como agentes pasivos sin voluntad de expresar el sentir real de la mayoría y sin capacidad de proponer nuevas formas de expresión; el elevado porcentaje de nulidad que se prevé arroje la jornada del 5 de julio ya pesa en todas las conciencias de partido, y en mi posición de ciudadano veo en este voto nulo la oportunidad de manifestarle a la oligarquía política mexicana el grado de descomposición en el que se encuentra, y que al haberse permitido insultar a sus representados postulando figuras inverosímiles, corruptas y poco inteligentes no ha hecho más que apuntalar el repudio, el asco popular. Que la tolerancia de la sociedad tiene un límite y también puede hacer valer su sufragio de forma legal y enérgica. Y que a la cúpula de partidos le es urgente una renovación profunda de sus objetivos, de su espíritu, de su relación con el interés nacional.
Cuando era un adolescente, me gustaba decirles a mis amigos que este país se nos iba a quedar a nosotros y que por eso era importante llegar preparados a ese momento. Hoy, mirando en retrospectiva cuando tengo la fortuna de volver a saludarlos, pienso que este es nuestro momento; los adultos jóvenes representamos una generación dinámica, progresista y con ímpetu de renovación constante. El voto reflexionado y congruente (aquí también se incluye el voto nulo), la opinión informada, el debate civilizado, la participación, son todos instrumentos con que contamos hoy para fomentar un cambio de ideas, de sistemas y de administración pública.