En las primeras horas del 28 de junio de 1969, una redada de la policía de Nueva York terminó en batalla campal con los parroquianos del Stonewall Inn, un bar que atendía principalmente a homosexuales y trasvestis. El colectivo LGTB* conmemora en esta fecha el Día del Orgullo Gay (el Gay Pride), debido a que diversos cronistas coinciden en apuntar que la trifulca del Stonewall marcó el inicio de la lucha organizada de los homosexuales en defensa de sus derechos como ciudadanos, primero en las ciudades de Estados Unidos a donde se extendieron las manifestaciones contra la discriminación y posteriormente en todo el mundo. Los desfiles que en esta fecha se celebran en varias capitales reflejan la pugna por el reconocimiento de las libertades civiles en sociedades que, si bien disponen de mayor apertura que en 1969, aún tienen largas agendas en materia de tolerancia, derechos humanos y convivencia. La conmemoración del Gay Pride, una pugna por la equidad, me sirve para rescatar una importante idea en materia de conciencia social.
Empezaré por exponer el concepto de conciencia social, que he anotado previamente, con el ejemplo de la corrupción. Mi visión de la corrupción en Latinoamérica es sencilla: un servidor público, digamos, un oficial de tránsito que no acepta un soborno es visto con normalidad en Estados Unidos o en Alemania; uno que solamente trabaja por las jugosas ganancias ilícitas de la extorsión también es socialmente aceptado y esperado hacia el sur del río Bravo. La sutil diferencia radica, creo yo, en la importancia que este oficial concede a su trabajo en comunidades desarrolladas: aceptar una mordida implica exponer al peligro a la gente cercana como la familia y los amigos. Este agente reconoce implícitamente que existe un altísimo costo social en la corrupción, y por tanto antepone el deber al interés personal de ganar dinero extra – invariablemente considero a éste el principal motivo de la honestidad de este hombre hipotético, dejando en segundo término el esgrimible argumento de los mejores salarios de que goza un oficial de tránsito en latitudes distintas a las nuestras –. En las calles de Latinoamérica este comportamiento no se hace presente, naturalmente, porque las circunstancias históricas en que ha evolucionado nuestra sociedad llevan al individuo a desconfiar de sus semejantes, quedando su propia supervivencia como el tema central en que se enfoca su vida. Así, el oficial promedio aprovecha la ocasión de aceptar la extorsión, en el mejor de los casos, pensando en elevar el ingreso de su hogar; de paso se evidencia que no hemos superado el nivel de satisfacción de las necesidades básicas. La implicación del daño potencial para los transeúntes que quedan expuestos a un cafre está totalmente fuera de la mente del oficial. Así pues, carecemos de conciencia social.
¿A dónde voy con mi ejemplo? A que todos los sectores sociales reclaman igualdad; y lamentablemente, todos en algún momento han usado su exigencia como parapeto de atrocidades o para tener una plataforma política que les garantice ciertos privilegios a sus representantes. El colectivo LGTB realiza manifestaciones para exigir sus derechos; los pueblos indígenas demandan respeto de los usos y costumbres, igual que las personas con capacidades diferentes. Los movimientos a favor de las mujeres, los adultos mayores, la población en pobreza extrema, los emos… eventualmente todos reclaman igualdad, pero curiosamente todos mantienen filias y fobias genéricas y sin sentido aparente. La sociedad mexicana vive aún con un machismo profundamente arraigado, presente incluso en los centros urbanos de formas estilizadas; en este medio es definitivamente necesario pugnar por la tolerancia, el respeto y la diversidad de género y de preferencia sexual, así como de las manifestaciones de la misma. Sin embargo, es frecuente encontrar personas que hablan de una pretendida tolerancia a condición de no entablar contacto con un gay; por el otro lado, se ha generado una especie de “elitismo intergrupal” que prefiere mantener distancia de individuos de fuera de la comunidad gay. Todos los discursos públicos de uno y otro lado apuntan a tolerancia pero no necesariamente a aceptación, ya que todos mantienen una enfadosa idea de “nosotros” y “ustedes”. Y en este sentido, todos los miembros de la sociedad, todos en nuestras posturas, homos y heteros, todos, hemos fracasado rotundamente en la consecución de la libertad de expresiones humanas que sería deseable para todos. Vale la pena reflexionar al respecto; mientras nos debatimos en la pertenencia de grupos, los verdaderos enemigos de toda libertad (y no sólo sexual, sino de todas las libertades civiles por las que han luchado gays, negros, mujeres y muchos otros sectores) ascienden posiciones políticas y empiezan ya a hacer sentir de diversas maneras la influencia de sus posturas radicales en el afán de cambiar nuestro entorno y “volverlo perfecto”.
Empezaré por exponer el concepto de conciencia social, que he anotado previamente, con el ejemplo de la corrupción. Mi visión de la corrupción en Latinoamérica es sencilla: un servidor público, digamos, un oficial de tránsito que no acepta un soborno es visto con normalidad en Estados Unidos o en Alemania; uno que solamente trabaja por las jugosas ganancias ilícitas de la extorsión también es socialmente aceptado y esperado hacia el sur del río Bravo. La sutil diferencia radica, creo yo, en la importancia que este oficial concede a su trabajo en comunidades desarrolladas: aceptar una mordida implica exponer al peligro a la gente cercana como la familia y los amigos. Este agente reconoce implícitamente que existe un altísimo costo social en la corrupción, y por tanto antepone el deber al interés personal de ganar dinero extra – invariablemente considero a éste el principal motivo de la honestidad de este hombre hipotético, dejando en segundo término el esgrimible argumento de los mejores salarios de que goza un oficial de tránsito en latitudes distintas a las nuestras –. En las calles de Latinoamérica este comportamiento no se hace presente, naturalmente, porque las circunstancias históricas en que ha evolucionado nuestra sociedad llevan al individuo a desconfiar de sus semejantes, quedando su propia supervivencia como el tema central en que se enfoca su vida. Así, el oficial promedio aprovecha la ocasión de aceptar la extorsión, en el mejor de los casos, pensando en elevar el ingreso de su hogar; de paso se evidencia que no hemos superado el nivel de satisfacción de las necesidades básicas. La implicación del daño potencial para los transeúntes que quedan expuestos a un cafre está totalmente fuera de la mente del oficial. Así pues, carecemos de conciencia social.
¿A dónde voy con mi ejemplo? A que todos los sectores sociales reclaman igualdad; y lamentablemente, todos en algún momento han usado su exigencia como parapeto de atrocidades o para tener una plataforma política que les garantice ciertos privilegios a sus representantes. El colectivo LGTB realiza manifestaciones para exigir sus derechos; los pueblos indígenas demandan respeto de los usos y costumbres, igual que las personas con capacidades diferentes. Los movimientos a favor de las mujeres, los adultos mayores, la población en pobreza extrema, los emos… eventualmente todos reclaman igualdad, pero curiosamente todos mantienen filias y fobias genéricas y sin sentido aparente. La sociedad mexicana vive aún con un machismo profundamente arraigado, presente incluso en los centros urbanos de formas estilizadas; en este medio es definitivamente necesario pugnar por la tolerancia, el respeto y la diversidad de género y de preferencia sexual, así como de las manifestaciones de la misma. Sin embargo, es frecuente encontrar personas que hablan de una pretendida tolerancia a condición de no entablar contacto con un gay; por el otro lado, se ha generado una especie de “elitismo intergrupal” que prefiere mantener distancia de individuos de fuera de la comunidad gay. Todos los discursos públicos de uno y otro lado apuntan a tolerancia pero no necesariamente a aceptación, ya que todos mantienen una enfadosa idea de “nosotros” y “ustedes”. Y en este sentido, todos los miembros de la sociedad, todos en nuestras posturas, homos y heteros, todos, hemos fracasado rotundamente en la consecución de la libertad de expresiones humanas que sería deseable para todos. Vale la pena reflexionar al respecto; mientras nos debatimos en la pertenencia de grupos, los verdaderos enemigos de toda libertad (y no sólo sexual, sino de todas las libertades civiles por las que han luchado gays, negros, mujeres y muchos otros sectores) ascienden posiciones políticas y empiezan ya a hacer sentir de diversas maneras la influencia de sus posturas radicales en el afán de cambiar nuestro entorno y “volverlo perfecto”.
* Las siglas LGTB denotan al colectivo Lésbico Gay Transexual y Bisexual, y son comúnmente utilizadas para englobar la diversidad de expresiones sexuales.